WOVEN WATERS: MARITZA CANECA Y EVELYN POLITZER

El título de esta exhibición, Woven Waters, es un concepto que desborda el reino de lo posible: “¡No se puede tejer el agua!” Pero, ciertamente, sitúa la práctica artística de la uruguaya Evelyn Politzer y de la brasileña Maritza Caneca, en ese espacio de la invención ─textil y/o fotográfica respectivamente─ en el que ambas obras entretejen un poética sensitiva y sensibilizadora, no sólo conectada al agua, sino a nuestros propios pasos, como especie, sobre la tierra. 

En ambas artistas, de modo diverso, hay un hilo que inadvertidamente llevaron con ellas a donde quiera que fueron y que, en cierto momento del despertar de su vida creativa, las jalonó hacia el punto de conexión entre la memoria y el material de su propio trabajo. Nacida en el único país del continente donde hay más ovejas que personas, Politzer creció viendo las madejas de lanas teñidas a mano secándose al sol como parte del paisaje. Por eso en su memoria es natural la alianza entre los mil verdes o los ocres de la tierra, con los rojos y naranjas, los amarillos intensos, y los azules de abrigadoras lanas sin cardar, casi punzantes, como se advierte en su serie de Nidos, donde madera y lana se alían.

Fue mucho después de haberse formado como abogada ─en 1980, los militares habían cerrado la Escuela de Artes de Montevideo, y quizás tampoco se habría atrevido a estudiar entonces arte─, y de certificarse como diseñadora en Parsons School of Design, de Nueva York, cuando, hace una década, al tocar la lana de su país en una tienda de Manhattan, su textura tosca la llevó de regreso al origen y desató el inicio de su carrera artística. “Lo mío ─advierte Politzer─ es táctil y cromático. En cuanto toqué la lana y vi los colores reactivé el hilo de conexión con la tierra”. Revivió la imagen de su madre y su abuela bordando y la de las incontables tejedoras de su país creando a mano o en telares formas con esa materia blanda y colorida que ahuyentaba el frío. Desanudando la corriente de su memoria, comenzó a coser, libremente, sin patrones, los collages textiles de su serie Crazy Quilts. Creó después una serie de profundo poder sanador, memoria de su madre que murió muy joven, de un cáncer de seno que habría podido detectarse antes. Aprovechando las propiedades del crochet, desde 2014, comenzó a hacer instalaciones con decenas de senos de todos los tamaños y colores, y con pezones tejidos que entrelazan la lúdica de la mirada y la creación artística a la autoconsciencia corporal. Sin la carga irónica y sexual de los senos esculpidos en otros materiales por varias pioneras ─pienso, por ejemplo, en Mamelles, 1991, de Louise Bourgeois─ su serie comparte la evocación táctil de la fragilidad y el acto de exorcizar el miedo.

Ese alejar lo que se teme y, al tiempo, conjurar formas estéticas que invoquen protección originó también Every Drop Counts (2018-) una instalación concebida inicialmente como obra abierta. Cada gota tejida en dos agujas en tonos monocromáticos o combinados que van del blanco, al verde-agua, o al azul Klein, y que incluyen jaspeados, es distinta de la otra y se descuelga o precipita acentuando el peso, la existencia misma de este elemento tan similar a una lágrima humana. Politzer borda algunas de sus superficies con hilos rojos o naranja trazando formas que pueden evocar venas y que, en todo caso, transfunden al agua ─de la que proviene toda vida─ una organicidad conectada a los seres humanos. Durante el aislamiento de 2020 cuando trabajaba en su tesis de maestría en arte visuales sobre la relación entre el arte textil y los materiales, la misma lana omnipresente en Uruguay, que tiene, como ella dice “memoria y flexibilidad”, la llevó al hallazgo ─decisivo en su trayectoria─ de un lenguaje pictórico-textil de formas fluidas e indudable fuerza. En la serie Free-Spirit “pinta” con lana bordada y aplicada al lino que puede ─o no─ intervenir con acrílico, y que fluye en formas impredecibles, ondulantes, que van creciendo en un proceso de “trazado” envolvente, orgánico. Las piezas de la serie Overflowing Dreams, 2022 surgieron de los sueños de inundaciones que tuvo al mudarse a Miami en 2015. Pero en lugar de representar la destrucción, creó obras que siendo abstractas evocan perspectivas áreas de las aguas del Planeta azul bañando la mirada con la experiencia de un modo de belleza que no desata el caos. La contención de sus surcos textiles ─un universo de azules, con verdes y ocres─ habla, con el lenguaje del agua, de lo que hoy requiere el curso de los humanos. Nature´s Map, 2020, esa cartografía imaginaria de un lugar inexistente creada con lana de ovejas teñida a mano, ofrece múltiples caminos abiertos que parten de un lugar donde los colores se encuentran, y funciona como un mapa poético para ir de regreso, delicadamente, a los otros reinos.

Martiza Caneca, directora de fotografía de cine durante muchos años, empezó su conocida Swimming Pool Series en 2012, cuando al regresar a la casa de las vacaciones de su infancia, tres largas décadas después de ese tiempo de próspero esplendor, encontró la piscina vacía y en ruinas, tomada por la vegetación. Como en la piscina de la célebre historia de La invención de Morell de Bioy Casares, volvió a ver la proyección de todos los que festejaban la vida en ese rectángulo de agua. La experiencia del espacio vacío como reflejo de todas las experiencias desaparecidas la llevó a iniciar su serie fotografiando piscinas abandonadas primero en Brasil y luego en numerosas ciudades de tres continentes. En La Habana descubrió que esos espacios, descuidados por el estado, son retomados como campo para otros juegos por la gente.  Durante una década, continuando el legado de la Escuela de Düsseldorf, fotografió en ciudades de tres continentes, estas arquitecturas del ocio -llenas o vacías- con la conciencia de que en sus superficies y fondos quedaban los rastros de historias personales y sociales. Las baldosas, que son un motivo recurrente en sus fotografías, arrastran tanto referencias previas de la historia del arte como una impronta del colonialismo portugués en Brasil, pero también reaparecen una y otra vez porque su mirada, entrenada en los juegos de sombras, luces, reflejos y gradaciones, no puede dejar de ver la geometría que inunda todos los espacios.

Después de inundar un espacio de exhibición con el sonido y la visión del agua, en 2018, usando la luz para transformarlo en una extensión de la piscina que atravesaba una nadadora (solo bajo el agua aparecen los cuerpos en su obra fotográfica), Maritza Caneca volvió, a través del azul que fluye con el agua en la mayor parte de su obra, a la primera mujer fotógrafa, Anna Atkins, y a su serie British Algae, 1843, y empezó a explorar las impresiones de piscinas en cianotipia. “El lino es suave y flexible como el agua”, explica, y el resultado al trabajar con el negativo emulsionando su superficie es impredecible, como las ondas cuando nos sumergimos. A inicios de este año, después de un viaje, retomó el hilo de los bordados que hacía su abuela y en menor medida su madre, pero que su generación nunca hizo. La serie Agua bordada, 2023, impresa sobre lino y bordada, revive el azul de Prusia de ka antigua técnica que en algún momento fue reemplazado por las copias heliográficas, pero las líneas de ese universo de las impresiones en “azul de Prusia” están repasadas con puntadas hechas a mano en blancos y azules. Las imágenes-fuente son primeros planos, detalles que invitan a la inmersión en el agua de esa geometría bordada que se superpone a la superficie de la tela. Al bordar las líneas impresas de las baldosas, y también las formas libres del agua, fusiona el orden de la arquitectura originaria con la memoria personal. En la serie Sombras como agua se adentra aún más en la corriente de la fotografía abstracta al captar el modo en que todas las cosas, bajo el juego de la luz y el movimiento de las sombras, construyen instantes geométricos perfectos que invitan a otro modo de inmersión. Está convencida de que esa percepción -impresa en azul- en donde es posible “sumergirse, olvidar, liberarse de la densidad del mundo”, permite volver a la superficie de la realidad con la imaginación lavada. El arte tiene sus propios modos de bautizo y en sus corrientes sí es posible “tejer el agua.”